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La ciudad de la lluvia de balas


“Yo no voy a estudiá. Voy a shé malandro. Así, como matan con la pistola, ¡plo, plo, plo!”, fue el comentario que hizo un niño de aproximadamente cuatro años que puso en alerta a todos los que estábamos en aquel vagón del Metro de Caracas; irónicamente en un titular de un periódico se leía que en el primer semestre del año 2015 han ingresado a la morgue de Bello Monte 2642 cadáveres de personas

que murieron en hechos violentos.


Ese día comenzó como todos: me levanté a las 4 a.m., me bañé, preparé el desayuno y salí, como todos los días, a mi centro de estudios en el que me formo para algún día ejercer lo que más me apasiona: el periodismo. Los esfuerzos y sacrificios que se hacen para lograr las metas que se tienen, siempre que sean sanas, no deberían quitarnos las ganas de seguir avanzando cada día más para mejorar como persona y ser útil a la sociedad a la que pertenecemos.


Mi día avanzaba, agitado, pero así es la vida del caraqueño, quien sabe que para “salir adelante”, como decimos en esta colorida tierra, se debe trabajar muy fuerte. Salí de mi alma mater y me dirigí a La Hoyada, donde me esperaba mi transporte, el fiel amigo de todos los caraqueños: el Metro. Entre empujones y alguno que otro improperio escupido por algún usuario, entré al vagón. Comencé a repasar lo aprendido en el día y planificaba lo que debía hacer para el día siguiente, cuando de la nada llegó a mis oídos, como un estruendo, aquella frase que logró paralizar mis pensamientos. ¿Cómo un niño podía decir eso? ¿En esto nos hemos convertido? Del otro lado del vagón, un hombre le ofrecía a otro un par de “balazos” porque se atrevió a emitir una opinión sobre jóvenes que se sientan en los asientos de "color azul".


Al llegar a mi hogar solo pensaba en que mi Caracas hermosa y cordial, la sucursal del cielo, pasó a ser la sucursal del infierno. En cada esquina personas susurran noticias sobre la muerte de algún familiar o conocido que fue víctima de homicidio. El mal ha llegado y se instaló en este pedacito de tierra, a la que el nombre “valle de balas”, que le dio el famoso grupo caraqueño Desorden Público, le queda a la perfección.


Desde niños se adquiere esa mentalidad mediocre. Todo es consecuencia de una sociedad que se acostumbró a querer todo fácil y perdió en el camino los valores y las ganas de luchar para lograr salir adelante. Los jóvenes se desviven por poseer una pistola porque eso e

s lo que les dará un supuesto poder. A tal punto se ha llegado, que ahora vivimos en una selva de concreto en la que coexisten dos realidades: personas que trabajan duro para mejorar cada día y otras que simplemente quieren vivir la vida fácil atropellando a quien esté en su camino.


¿Será que el caraqueño se está acostumbrando a lo peor? Cada día que pasa pareciera que para él la muerte de un vecino por culpa de la delincuencia desatada es normal. ¿Qué pasó con su sentido común? O quizás sea que el miedo se apoderó de esta ciudad. La inseguridad y la violencia están creciendo cada vez más, ya que están amparados por el desaliento de los ciudadanos que creen que las autoridades no harán justicia.


La majestuosa Caracas bajo la luz del día se ve atiborrada de tarantines en cada esquina y figuras que transitan apresuradas cuidando sus pertenencias, en sus calles el peligro se incrementa cada hora que pasa. Los sonidos de motos alertan nuestros sentidos y comenzamos a sentir ese frío que atraviesa nuestro cuerpo al pensar que nos llegó la hora.

Cuentan los abuelos que en otras épocas se podía pasear; ahora tenemos lugares que podemos visitar y otros que tenemos que evitar. Hay horas en que podemos salir y unas en las que no se debe regresar. La Caracas de los techos rojos y gente amable parece ser solo un recuerdo lejano que quedó en las mentes de nuestros abuelos.


Vivimos en una ciudad de toques de queda, en la que cada ocaso nos anuncia que es la hora de ir a casa y cerrar todas las puertas y ventanas, ya que afuera puede caer una lluvia de balas.


Publicado en: En la Actualidad http://www.enlactualidad.com/2015/07/la-ciudad-de-la-lluvia-de-balas/

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